sábado, 19 de enero de 2013

Héctor Hernández Montecinos

Papá y los colores



Este es un adelanto del libro inédito O4, que cierra Arquitectura de la Mentalidad
(1999-2013), el cual es la obra total del autor.


    Papá morí en el río.
    Ellos fueron.
    No los niños.
    Esos juncos malvados me ofrecieron estas piedras.
    Me dijeron que eran mágicas.
    Yo les creí y me lancé al río.
    Papá ellos me engañaron.
    No fue mi culpa morirme.
    Los niños me decían que no les hiciera caso.
    Huye.
    Huye.
    Huye de esos juncos me gritaban.
    Pero yo quería hablar con ellos como hablo con las abejas.
    Los juncos son malvados papá.
    No hables con ellos.
    Querrán empujarte al río y morirás como yo.
    Te darán unas piedras y te dirán que son mágicas pero no lo son.
    No quiero que te mueras papá.
    Ya no podrás dormir junto a mí.
    Es culpa de esos malvados juncos.
    Desde el fondo del río me pareces hermoso.
    El sol brilla en tu cabeza y tiritas como la corriente del agua.
    Bailas en el cielo.
    No grites más mi nombre.
    Ya me morí.
    Tú no me ves y corres despavorido.
    No conozco a esa gente que te acompaña.
    ¿Son luciérnagas?
    ¿Son cigarras?
    ¿Son libélulas?
    Papá diles que no se posen en los juncos.
    Son malvados.
    Diles que vuelen más allá del río.
    Hay un bosque muy fresco.
    Y más allá hay unas montañas con una nieve rosada.
    Papá tus manos se ven tan grandes.
    Das manotazos en el agua.
    Casi me tocas pero estoy en el fondo del río y no me alcanzas.
    Estoy feo.
    Hinchado y lleno de manchas.
    Mi piel se puso blanda y se deshizo.
    Estoy feo papá.
    Mejor no me busques más.
    Dile a mamá que me fui con las abejas.
    Ella sabe que también hablo con las flores y nos creerá.
    No quiero que me regañe.
    No le digas que le hice caso a los juncos.
    No le digas que creí que estas piedras eran mágicas.
    No le digas que eres hermoso.
    Mamá no es mamá.
    A mamá se la llevaron los coyotes.
    Yo vi cuando vinieron y se fue con ellos.
    Los besó en la boca y les dio de comer.
    Eran tres coyotes.
    Tenían los ojos rojos y hablaban raro.
    Mamá sacó una rata de su entrepierna y se las dio.
    Los coyotes la despedazaron.
    No.
    No era una rata.
    Era un conejo.
    Sí.
    Eran decenas de conejos.
    Los coyotes olieron toda la casa.
    Yo estaba escondido debajo de las cascaras de patatas.
    No pudieron verme.
    Mamá los invitó a la cama y se movieron con ella.
    La mordían y mamá gritaba.
    Yo quería ayudarla pero mamá levitaba y no la podía alcanzar.
    Más conejos caían de la cama.
    Estaban ciegos y de su boca salía vino.
    Esos conejos no eran conejos papá.
    Eran corderos.
    No tenían patas.
    Eran feos y yo tenía miedo.
    Mamá seguía levitando y los coyotes aullaban.
    Mamá te dirá que no es cierto.
    Te dirá que los coyotes eran mis amigos y que yo dormí con ellos.
    No es verdad.
    No creas en sus palabras.
    Te dirá que te sigo cuando vas al río.
    Te dirá que me desnudo cuando te desnudas.
    Pero no le creas papá.
    Ella duerme con los coyotes.
    Créeme a mí.
    Los juncos me dijeron que esas piedras eran mágicas.
    Por eso fui con ellos.
    Me engañaron.
    Al tomar las piedras se hicieron grandes y caí al río.
    Eran dos piedras.
    Tenían pelos y eran suaves como la piel.
    Las besé papá.
    Tú estabas sobre mí.
    Los juncos son malvados.
    Los coyotes volvieron una vez más.
    Mamá cortaba la leña que tú no cortas.
    Los árboles sangraban y ella se reía.
    Tenía dos hachas.
    Una en cada mano.
    Arrancaba los árboles de raíz.
    Estaba loca.
    En eso llegaron los coyotes.
    Bebieron la sangre de los árboles y también rieron papá.
    Yo los vi.
    Mamá no es mamá.
    Ella te dirá que me fui con los niños y que no me busques más.
    Estoy en el fondo del río y no me ves.
    No te acerques a los juncos.
    Son malvados.
    No me busques donde acaba el camino.
    Los coyotes aparecerán y querrán comerte.
    No regreses a casa porque mamá no es mamá.
    Vete con las abejas.
    Te darán miel.
    Te gustará como me gusta a mí.
    La hacen las flores cuando sueñan.
    Papá anochece.
    No me busques más.
    Estoy feo.
    Mi cabello se desprende y se va con el río.
    Ya no tengo ojos pero aun así te veo papá.
    Vete antes que aparezcan los coyotes.
    Vete con esas cigarras.
    Vete con esas libélulas.
    No vuelvas a casa.
    Toma papá.
    Toma estas piedras por si aparecen los coyotes.
    Coge papá estas piedras.
    Son piedras mágicas.
    Eso papá.
    Abre tu mano.
    Acércate un poco.
    Acércate un poco más.

    

    II

    

    Papá se ha caído al río.
    Fueron los juncos malvados.
    Papá da manotazos al aire.
    Papá grita.
    Nadie oye a papá.
    Tomó mi mano y resbaló.
    Pobre papá.
    Los pájaros esos nos han visto.
    Pájaros del demonio.
    Papá se cayó.
    Le dije que no hiciera caso a los juncos.
    Le dije que eran malvados pero no me escuchó.
    Ahora papá es arrastrado por la corriente.
    Su cuerpo se estrella con las rocas del río.
    Se oye cada hueso que cruje.
    Ya no tiene dientes.
    Papá es un bebé y se está muriendo.
    Lo siguen los peces carroñeros.
    Quieren comerse a papá.
    Los coyotes huelen la sangre a lo lejos.
    Uno de ellos aúlla.
    Se acerca la manada completa.
    La tierra tiembla.
    Es linda la primavera.
    Me gustan los colores aunque no pueda verlos.
    Todo debe oler verde.
    No sé cómo huele el verde.
    Imagino que a aire podrido.
    Papá sigue dándose de tumbos.
    Su cuerpo se tajea con los troncos de los árboles que alguien derribó anoche.
    Se llena de astillas enormes.
    Son estacas.
    Alguien hizo eso papá.
    Derribaron todos los árboles a la redonda y los arrojaron al río.
    Papá ya no grites.
    Nadie te escuchará.
    Guarda silencio.
    Te vas a callar.
    Los peces carroñeros te rodean.
    No saben si comerte o sentir lástima.
    Se alejan.
    Ni para eso sirves.
    Ahora habrá que esperar a los coyotes.
    Llegarán al anochecer.
    Un brazo tuyo se queda varado en la orilla.
    Las hormigas vendrán.
    Son cientos de miles.
    Harán orificios entre tus uñas y la piel.
    Por ahí entrarán lentamente.
    Sentirás una a una como devoran la carne emblandecida.
    Llenarán tus dedos por dentro y luego tu mano.
    Subirán arrasando con todo.
    Ni siquiera pelos quedarán.
    Beberán lo que quede de sangre y podrán hablar hasta el amanecer.
    Te dije papá que no te acercarás al río.
    Te advertí que los juncos eran malvados.
    Las piedras no eran mágicas pero no me hiciste caso.
    Nunca me escuchas.
    Yo te hablo y me ignoras.
    No me ves.
    Soy invisible.
    Para ti estoy muerto papá.
    Nací muerto.
    Como estas malditas piedras en el fondo de este maldito río.
    ¿Es linda la primavera papá?
    Cuéntame cómo es.
    ¿Es cierto que las plantas se elevan hasta el cielo para alimentarse del sol?
    ¿Es cierto papá?
    Dime si es verdad que el arcoíris es de muchos colores.
    ¿Cuántos?
    ¿Qué colores son?
    ¿Viven las nubes?
    ¿Tienen hijos?
    Las hormigas han dejado restos de huesos.
    Parecen de pollo.
    Papá es un pollo
    ¿Eres un pollo papá?
    ¿Puedes poner huevos?
    ¿Sabes volar?
    Eres un pollo y los coyotes te van a desplumar.
    Te retorcerán el cogote.
    ¿Qué le dirás a mamá si quiere hacerte un guisado?
    Te cortará la cabeza y te meterá a una olla con agua hirviendo.
    Me dirá a mí que te arranque las plumas y las patas.
    Yo no quiero que seas un pollo papá.
    No podrás volar.
    A mí me gustan las abejas.
    Vuelan muy bonito.
    Se roban los colores de las flores.
    Van de una en una.
    Duermen ahí.
    Luego sueñan con ellas y se van.
    Las flores sueñan papá.
    En ese momento las abejas se roban sus colores.
    Comienza a hacer frío.
    Los coyotes no tardan en llegar.
    No queda mucho de ti papá.
    Tendrán que conformarse con lo que deje el río.
    Esos juncos eran malvados.
    Sus piedras no eran mágicas.
    Quiero que esos pájaros dejen de mirarme.
    Váyanse.
    No sé lo que quieren.
    Me arrastra el río.
    Tú y yo somos lo mismo.
    Rebanadas de carne.
    Astillas de huesos.
    Cartílagos flotando.
    Pelo enredado en las ramitas a la deriva.
    A nadie le importamos.
    He escuchado como gritan tu nombre.
    Ahora que anochece ya se fueron.
    Sólo se oye la manada de coyotes acercándose.
    Las hormigas también se han ido.
    Una brisa fresca huele a humo.
    Alguien quema leña a lo lejos.
    Pasarán la noche cerca del río.
    De verdad te quieren.
    No saben que eres una gallina.
    ¿Tienes huevos?
    ¿Vas a poder volar alguna vez?
    Nunca me dijiste cómo es la primavera.
    Luego te quejas.
    Esas luces en el bosque son los ojos de los coyotes.
    Vienen con hambre.
    Son cientos.
    Te devorarán toda la noche.
    Las hormigas se amanecerán cantando.
    Mañana volverán.
    Recorrerán todo el bosque para llegar aquí mismo.
    Seguirán buscándote pero nadie te encontrará.
    Lo que de ti quede se perderá en la ciénaga.
    Te lo dije papá.
    Esos juncos son malvados.
    Esas piedras no son mágicas.

    

    III

    

    Papá ya no existes.
    De ti no queda nada.
    Mamá llora en casa.
    Mis hermanos los juncos cantan con el viento.
    Mamá oye el silbido de los juncos malvados.
    Cree que es papá.
    Canten más fuerte.
    Los juncos se dejan penetrar por las ráfagas de aire y cantan.
    Es una letanía.
    Las cigarras y las libélulas que pasan a su lado se desploman.
    Las esporas abandonan su camino y vienen acá a morirse.
    Es una letanía tan hermosa.
    Mamá cree que está soñando.
    Deben ser los ángeles que vienen por mí.
    Se cubre con el güipil y sale de casa.
    Sus pies apenas rozan el musgo de las piedras.
    Es como si levitara.
    Canten más fuerte.
    Los riachuelos y las nubes se detienen a escuchar.
    Los juncos cierran los ojos y se entregan al viento.
    Elevan su voz lo más alto que pueden.
    Cientos de juncos malvados cantando al unísono.
    Las capas subterráneas de la tierra vibran.
    Las raíces de los árboles se contraen.
    Mamá se acerca levitando.
    Algo trae en su mano.
    No sé lo qué es.
    La observo desde el fondo del río.
    Ella no me ve.
    Cree que estoy jugando con los niños.
    Cree que me fui con las abejas.
    Nací muerto.
    Estoy feo.
    Canten malditos juncos.
    Canten más fuerte.
    Viene cayendo la lluvia pero se paraliza y regresa al cielo.
    Las olas del mar a lo lejos iban a estrellarse contra las rocas.
    Pero las rocas se tendieron en la arena para oír a los juncos que
    cantan.
    Cantan.
    Cantan.
    Cantan
    ¿Oyes cómo cantan los juncos?
    Cierra los ojos y óyelos.
    Están cantando.
    Mamá mueve los labios pero no la oigo.
    Los pájaros que observan siguen ahí.
    No dicen nada.
    Sólo miran.
    Mamá se acerca.
    Mamá levita.
    Los juncos se estremecen cantando.
    Mamá levita más alto.
    Los coyotes aparecen de improviso y saltan sobre los juncos.
    Los muerden con rabia.
    Los juncos claman compasión.
    Gimen.
    Se retuercen.
    Piedad gritan.
    Piedad a estos malvados juncos.
    Los coyotes se meten al río y los arrancan de raíz.
    Sollozan los juncos.
    Ya no cantan.
    Imploran.
    Mamá comienza a descender lentamente.
    Los coyotes la esperan para devorarla.
    Mamá los coyotes te harán daño.
    No oye.
    Sigo musitando algo que nadie entiende.
    Sangran los hocicos de los coyotes.
    Tienen cientos de astillas enterradas.
    Los juncos son malvados.
    El paladar y la lengua sangran.
    Se han reunido debajo de mamá y la engullirán.
    La esperan con ansías.
    Los juncos ya no existen.
    Papá tampoco.
    Las cigarras y las libélulas han recobrado el juicio y han huido.
    También las nubes y las rocas del mar.
    Llueve.
    Esto no es la primavera.
    Acá no hay colores.
    Los coyotes quieren acabar con mamá.
    Algo dice.
    Se oye poco a poco su voz.
    Abre su boca.
    Mamá dice mi nombre.
    Me está llamando.
    Busca mi mirada en el fondo del río.
    Estoy feo.
    Mamá me llama.
    Los coyotes la observan.
    Ya no quieren comérsela.
    Mamá posa sus pies en el musgo.
    Ya no levita.
    Mira el río y viene hacia acá.
    Sigue repitiendo mi nombre
    ¿Qué quiere de mí?
    Mamá morí en el río.
    Los niños me empujaron.
    Me ofrecieron cáscaras de patatas.
    Las habían secado al sol.
    Las abejas llegaron y querían llevárselas.
    Las abejas son malvadas mamá.
    Huye de las abejas.
    No vueles con ellas.
    Te harán daño.
    Lo quieren todo mamá.
    Yo tenía hambre y los niños me daban cáscaras de patatas.
    Tenía que acercarme al río.
    Entonces uno de ellos me empujó y caí.
    Intenté nadar pero las abejas me pinchaban las manos.
    Son malvadas mamá.
    No vueles con ellas.
    Querrán picarte y robarte los colores.
    Así morí en este río mamá.
    Esta es la verdad.
    Luego vino papá.
    Pero papá era amigo de los niños.
    Dormía con ellos.
    Les contaba cómo era la primavera.
    Les mostraba los colores.
    Ellos los tomaban en las manos para que yo los viera.
    Papá hizo eso.
    Yo le pedía que me sacara del río pero jugaba con esos niños.
    Papá sálvame.
    Papá aquí estoy.
    Papá me ahogo.
    Los niños miraban los colores y sonreían con maldad.
    Yo me estaba muriendo mamá.
    Entraba el agua en mi boca.
    No podía respirar.
    Papá dame la mano.
    Papá ¿me amas?
    Papá ¿me dejarás morir?
    Mis ojos se nublaron.
    No me moví más.
    El río comenzó a arrastrarme y así me morí.
    Esta es la verdad mamá.
    Los coyotes.
    Se acercan los coyotes mamá.
    Se están metiendo al río.
    ¿Por qué te ríes?
    Son muchos coyotes mamá.
    Me están mirando.
    Vienen hacia mí.
    Mamá los coyotes están rugiendo.
    Mamá esta es la verdad.
    No regreses a casa.
    Las abejas te harán daño.
    Mamá no me dejes.
    No.
    Los coyotes.
    Los coyotes.
    Los coyotes.

    

    IV

    

    Mamá ya te vas.
    Los coyotes me devoraron toda la noche.
    Hicieron conmigo lo que quisieron.
    Ahora duermen y al rato se irán contigo.
    Les escuché decir que los llevarás a casa.
    Les harás una cama con la ropa que usábamos papá y yo
    ¿Es cierto?
    Les cantarás canciones después de comer y bailarás sin caerte
    ¿Es cierto eso mamá?
    Los meterás en tu cama y te moverás con ellos.
    Aullarán y tú también.
    Mamá eres un coyote.
    Se lo conté a papá pero no me hizo caso.
    Los juncos me decían que con las piedras mágicas podría matarte pero no quise.
    Eso me decían los juncos.
    Yo creí que eran malvados pero tenían razón.
    Eres un coyote mamá.
    Papá era un pollo.
    ¿Yo qué soy?
    Los coyotes se despiertan y te siguen.
    Ya no levitas.
    Pisas el musgo sobre las piedras y tropiezas.
    Qué silenciosa y fría es esta mañana.
    Sale un vapor del hocico de los coyotes.
    Parecen almas.
    Cientos de almas en pena que viven dentro de esos malvados animales.
    Cruzan el bosque tras mamá y no dejan huellas.
    Entonces cuando pasan cerca del estanque mamá se saca la ropa y se arroja al agua.
    Mamá hace cosas extrañas.
    Recuerdo que una vez preparó tortillas con algo que sacaba de sus oídos.
    Sacaba y sacaba con sus manos para luego amasar.
    Salió al patio y trajo dos armadillos.
    Les arrancó la cabeza con los dientes.
    Luego los molió a golpes y los echó a la masa.
    Sangraban aún y puso todo al fuego.
    Olía feo.
    Coman nos dijo a papá y a mí.
    Comimos y teníamos asco pero mamá nos observaba de manos cruzadas.
    Se lo comerán todo.
    Una cabeza de los armadillos había rodado cerca de mis pies.
    Me jalaba el pantalón.
    Gruñía.
    Sentía sus bigotes en mi tobillo.
    Me daba cosquillas y reía.
    Mamá pensaba que me burlaba de la comida y me rompió el plato en la cara. Ahora comerás del suelo.
    Me agaché hasta donde estaba la cabeza del armadillo y le devolví su cuerpo. Corre le decía yo.
    Entonces salió despavorido sin que mamá se diera cuenta.
    Ya comí mamá.
    Eres muy buena mamá le decía.
    Observaba mi plato y me abrazaba.
    Ve a jugar con los niños.
    Vayan al río.
    Está muy lindo en estas fechas.
    Pero ni ella ni yo sabíamos qué fechas eran.
    Ahora sé que el río crece y su cuerpo se agranda.
    Mamá es un coyote.
    Nos ha engañado.
    Todos lo sabían menos yo.
    Los juncos me decían que fue la culebra que vive en los cafetales la que hizo a mamá un coyote.
    Decían eso y yo los escupía.
    Los insultaba.
    Juntaba orina en mis manos y se las arrojaba.
    Mamá no es un coyote les gritaba.
    Chillaba.
    Los juncos insistían y yo lloraba.
    Mamá hace cosas extrañas.
    La primera vez que papá murió ella tenía trece años.
    Papá se le aparecía en las noches.
    Le contaba que los ángeles eran lindos.
    ¿Quieres verlos?
    Mamá tenía miedo.
    Pero papá le tomaba la mano y salían de casa.
    Caminaban toda la noche y llegaban a un monte.
    Hace muchos años allí vivía un dios.
    Entonces los indiecitos le hicieron una casa para que durmiera.
    La construyeron con petates y ramas de árbol.
    Vieron que el dios era bueno.
    Con el tiempo se construyó una iglesia pero a los indiecitos no les gustó.
    Tampoco al dios y se fueron con él a vivir a la luna.
    En esas ruinas viven unos niños.
    Sólo se ven de noche.
    No tienen ojos ni pelo.
    Esos son los ángeles.
    Son muy lindos.
    Mamá  tenía miedo.
    No le gustaban esos ángeles.
    Entonces quería volver a casa.
    Los niños tenían una fogata que alimentaban con las bancas de la iglesia.
    A veces arrojaban figuras talladas en madera.
    Papá los ayudaba y cantaba con ellos.
    Tenían un idioma raro.
    Mamá no quería más estar ahí.
    Corría desesperada por el bosque.
    Volvía a su cama al amanecer.
    Despertaba.
    Los coyotes llenaron la casa.
    Aullaban y mamá parecía entenderles.
    Mamá se arrojaba al suelo y comía con ellos.
    Dormía pegada a sus cuerpos.
    Orinaba y cagaba ahí.
    Mamá es un coyote.
    Lo dijeron los juncos.
    Tienes que darle con estas piedras.
    Son mágicas.
    Si le das en la cabeza verás que es un coyote.
    Gruñirá y saldrá huyendo.
    Yo no quería darle de piedrazos a mamá.
    Uno de los coyotes tiene plumas en vez de pelaje.
    Es el que más aúlla y el que se monta sobre mamá y la hace gritar.
    Mamá sufre con los coyotes.
    Deberé ayudarla.
    Gime de dolor y se retuerce.
    Los coyotes son malvados.
    Se le ponen los ojos blancos y se agarra el cabello.
    Solloza y rasguña los vidrios de la ventana.
    Afuera atardece.
    Todo está en calma.

    

lunes, 14 de enero de 2013

CARMEN ANDREA MANTILLA - CHILLÁN










ESPECTADORES

Abrir las piernas
como se abre un tarro de café
/instantáneo,
azucarar el sexo,
revolviéndolo lentamente,
escudriñar las ventanas del edificio
del otro lado de la calle,
imaginando que este cuerpo desnudo
desata la codicia de un vendedor de
 /tumbas
que también desayuna mirando hacia
 /afuera.

O mejor aún:

Mirar hacia adentro.
Poner entre las rodillas la cabeza,
torcer el cuello,
alargar la lengua como un reptil
y caminar en reversa
hacia el corazón que, pálido,
contabiliza las batallas perdidas.

TEOREMA DE DOS POR DOS

Tedoyunacanciondeamor… decía Silvio:
Yo no te doy nada.

Me saco del sexo dos monedas amargas,
me compro una cerveza
que para más saña
bebo con parsimonia,
recostada en los pastos del Palacio Cousiño
(marginal, pero en palacios con árboles centenarios).

Que después de trollearme los días,
de hacerme bullyng erótico,
me pidas versitos sosos, es a lo menos un desatino,
un despropósito, un disparate de antología,
una patudez de multitienda,
de Hogar de Cristo usufructuante,
como si Paulmann me pidiera ser éticamente santa.

Me jode.

Que te escriba versos tu mujer
que te manda cupcakes de arándanos
para el café de media mañana;
que te escriba cartas la secretaria
que tira contigo en horario de oficina;
que te los escriba tu madre que te circuncidó.
O tu prima que recibe una cacha anual
el día del cumpleaños de tu abuela
(exquisita nonagenaria que es lo mejor que tienes);
que te rime tu jefe,
que te coge con métrica perfecta
y te lo mete en el ojo desde hace diez años.

Yo tengo que lavar la loza, tejer, regar las plantas,
dormir la siesta,
amar la cuarta vocal en la pulcra cama que me espera cuando viajo.

Yo no puedo escribirte versos.

Mira:
tengo el cesto de la ropa sucia lleno,
el arriendo e internet por pagar,
dieciocho libros pendientes de lectura,
al Rojo al otro lado del océano,
casas imaginarias por barrer,
tangos por bailar
y una vida completa para hacerme cargo…

No tengo tiempo para tu canción de amor.

SÍNDROME DE OVARIO POLIQUÍSTICO
¿Cómo te explico, dulcito?
Cómo te expreso que me vale madres tu pretendida reformulación de intereses, tu open mind y tus pantalones de 40 lucas?
¿Cómo te explico, mon cherie?
¿Cómo te digo que no pienso tener hijos tuyos, que prefiero criar perros o perder la tarde en el balcón mirando la fiereza doblada de mi toronjil cuyano?
¿Cómo te explico, caro mío?
¿Cómo afirmo mi identidad sobre el espejo sin quebrarte a la pasada tu sueño de familia C2 o C1 a punta de rajazos?
¿Cómo te advierto que no me jodas la paciencia, que soy un espíritu sensible y que me bebo a mí misma en una borrachera autorreferente que me gusta? (Súmale a eso que prefiero masturbarme a que me toques).
¿Cómo te cuento lo de mis volantines endometriales y su suicidio en los cables de la luz?
Y el dolor, ¿cómo te lo explico?

OCTUBRE
He aquí una mujer latinoamericana, de ésas que tienen sobre los hombros las razas mezcladas; una de esas mujeres que se acaricia como se acarician los gatos gordos y dormidos, una de las que además tiene por herencia una lengua metálica.
He aquí una mujer latinoamericana con el corazón como lleuque y los ojos como dos escopetas que buscan liebres claras; una mujer latinoamericana con papagayos colgados de las orejas, una huérfana que sonríe como una novia en la puerta de una Iglesia imaginaria, una mujer para todos los umbrales de tu historia ajena.
He aquí una mujer que come manzanas con sal, una mujer con los muslos como piñones cocidos, que se reclina sobre la mesa y hace el amor con su propia estrella, le canta a su angelito y saluda moviendo el brazo como si agitara banderas invisibles.
He aquí una mujer latinoamericana, sudando después de la guerra y los bailes, afiebrado melón, rostro de piedra cruz y boca de lapislázuli, animal que parpadea seguido y sonríe al recordar tu nombre. Feroz mujer latinoamericana con el ombligo pleno de terremotos, tardo tango desnudo y revolucionario, feroz mujer que en Valparaíso espera.