martes, 14 de agosto de 2012

El peso de una tradición

Resulta un lugar común decir que "Chile-es-un-país-de-poetas", frase que desmiente al español Marcelino Menéndez Pelayo que negó valor a la poesía chilena, error rebatido, entre otros, por los dos Premios Nobel, Gabriela Mistral y Pablo Neruda.

Con curiosa humorada, con buena fe o sin ella, más de alguna vez se ha reclamado que ante la escasez de productos de exportación se promueva la difusión de la lírica en el extranjero por considerarse un envío rentable. Si, irónicamente, unos se pronunciaban contra las dificultades que encuentra el poeta para hacerse oír, todos parecían olvidar que consideraban a la poesía como una mercadería más sujeta, por lo tanto, a las leyes de la oferta y la demanda y a los vaivenes del mercado. Sin embargo, tal propuesta no hubiera podido hacerse en el siglo pasado, marcado por la presencia narrativa de Alberto Blest Gana (1830-1920).

Algunos han dicho que Chile fue inventado por un poema "porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que no se puede tener de ella casi noticia..."(13), según el soldado-poeta español, don Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594), que intentó alzarse contra esta lejanía, sinónimo de desconocimiento y olvido, nombrando a los habitantes y sus costumbres, y el paisaje y la realidad de la "fértil provincia y señalada" de esa época, en La Araucana, que apareció entre 1569 y 1589. Este principio (poético) llenó de gozo a más de un europeizante por considerar que, al igual que en algunas naciones del Viejo Mundo, Chile también poseía un poema épico inaugural. Pero, yendo a lo más serio, quizá podría decirse que ese nacimiento (poético) ayudó a crear una tradición que adquiere sus rasgos más notables en el presente siglo "en que se despoja de su carácter segundón para transformarse verdaderamente en una segunda naturaleza nacional"(14) porque la poesía, ha recogido y dejado la huella de todo lo que ha sucedido en el país y, sin duda, está más afincada en lo nacional que una prosa contemporánea, casi siempre menos profunda. Los chilenos han continuado usando la lírica para testimoniar de sus vidas y de su tierra, para describirse y describir su medio, les ha ayudado a inventar y fijar realidades, ha sido un medio de comunicación y de producir arte.

Desde Carlos Pezoa Véliz (1 879-1908) se prolonga en este siglo un ininterrumpido sucederse de poetas que elaboran una poesía que se renueva constantemente. Resulta de rigor nombrar a los mayores o a los cuatro grandes que, a estas alturas, son cerca de seis: Gabriela Mistral (1889-1957), Vicente Huidobro (1893-1948), Pablo de Rokha (1894-1968) y Pablo Neruda (1904-1973). Cada uno proviene de distintos espacios geográficos y sociales: el Norte Chico, la capital, la costa central y el sur, respectivamente(15), que influyen en que sus modos de poetizar fueran distintos y que sus modos de acercarse a la realidad y sus lenguajes defirieran. Pero, a pesar de la diversidad, todavía quedaba espacio literario para otros: Pedro Prado (1886-1952), Angel Cruchaga Santa María (1883-1964), Rosamel del Valle(1900-1965), JuvencioValle (1900), Humberto Díaz Casanueva (1908), Oscar Castro (1910-1947). Y, con posterioridad: Nicanor Parra (1914), Eduardo Anguita (1914), Gonzalo Rojas (1917); Alfonso Alcalde (1923), Enrique Lihn, Jorge Teiller; Omar Lara, Jaime Quezada, Waldo Rojas, Óscar Hahn, Gonzalo Millán; y, por los nuevos, Raúl Zurita y José María Memet, quienes me parecen representar las dos direcciones, las dos vertientes complementarias que se han dado en la poesía chilena a lo largo de la centuria en un mismo momento y que, en pocas palabras, pueden caracterizarse como un hacer poético aparentemente sencillo, íntimo, que se expresa con frecuencia en poemas breves que utilizan un lenguaje casi cotidiano que refiere a situaciones más habituales en una sintaxis trabajadamente simple que parece de más fácil acceso, por un lado, y, por otro, un quehacer más quebrado, de una gran reflexión, de mayor dificultad para el lector medio por su gran movilidad lingüística y gramatical y por su amplia libertad imaginativa.

Estos dos modos de dialogar con la realidad, y de expresarla, se superponen y no son excluyentes de otras formas que les conviven y que, sumadas, dan esa riqueza que caracteriza a la poesía chilena porque al situarse de distintas maneras frente al hombre y al mundo, obligadamente el quehacer literario se patentiza en diferentes voces que lo fecundan en diversidad y polifonía.



SOLEDAD BIANCHI

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