domingo, 19 de agosto de 2012

ANITA SANHUEZA URIBE - CONCEPCIÓN



Somatizar y luego elegir


El lenguaje de mi cuerpo nunca deja de sorprenderme.

Expulso, retengo, exhalo, me vierto.
Así sé que debo prepararme.

El que crea en Dios que rece,
el que crea en sí mismo que no de tregua,
el que crea en manos sanadoras que se deje tocar,
el que crea en las energías,
que se deje llevar por ellas.

El que crea
en milagros que espere,
el que quiera
cerrar los ojos, que los cierre,
pero debe saber
que sufrirá de ceguera por la vida,
el que quiera vivir como dijo siempre pensar, ¡adelante!

aprendí a rezar y luego lo olvidé,
aprendí a volar y luego caminé,
aprendí a llorar y nunca lo olvidé,
aprendí a escribir y ahí me refugié.

Pero hay algo que nunca aprendí: A callar.







          Renuncio

Renuncio al abrazo mezquino,
al beso fiado y
el amanecer sin trasnoche,
renuncio al silencio nocturno,
a la conversación sin yo misma,
al llanto sin risa y
 a la soledad atestiguada,

Renuncio al desprendimiento
de mis paredes aún con vida,
y el cantar maltrecho
de mis afanes truncos.
Renuncio a la fertilidad
de mis entrañas añosas,
y al sueño fecundo
 de transportar vida.

Renuncio al descuido
de mi piel deslavada,
a la elocuencia
de mi voz gastada.






Gente que quiso ir al norte y fue al sur

Gente forzada a hacer recorridos fugaces, encuentros y desencuentros planificados o fortuitos, un eterno sube y baja de escalinatas viajeras.

Eternos pasajeros o transeúntes perdidos, cuerpos que se desplazan abandonando su naturaleza bajo aquella escalinata taciturna, cómplice y muda.

En cada aeropuerto, estación de trenes, terminal de buses, en cada puerto deambulan sombras, fantasmas, duendes, espíritus, cuerpos vacíos, gente que quiso ir al norte y se fue al sur, gente que quiso ir al sur y se quedó en el norte.

Sin intuirlo siquiera, se está frente a un espectro, una sombra que simula traer encima cuerpo y alma y no es más que una aparición surrealista y mágica del ser humano que alguna vez le habitó.





Necesito una puerta

Al abrir la mirada lo hace con los párpados herméticos,
sin poner un pie bajo la cama comienza a hacer un viaje.

¿A dónde andas? pregunté.

Veo una roca gigantesca, las olas golpean con fuerza
su majestuosa figura de piedra.
Yo sigo allí sentada en la arena, está brava la mar
y una llovizna helada moja mi rostro.

Necesito una puerta, quiero salir de allí.

 


Sacudo mi prisa soberana


Sacudo mi prisa soberana
aguardo la huida con la espera
acudo a recuerdos condensados
rescato la tibieza de un acierto.

Comprendo la encrucijada de una senda
camino por senderos ya pisados
florece la ternura de un hallazgo
renace la esperanza y la mirada.

Escondo la premura y arrebato
contengo el sollozo somnoliento
fabrico una muralla de enterezas
me armo y me desarmo cada día.

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